Rutina. Rutine.
No
hay más que estar tranquila una tarde “bicheando” por la red para encontrarte
con historias que te hacen reflexionar, aún no teniendo relación alguna con una
misma ni su entorno.
Por
eso quiero compartir con vosotros la historia de un hombre
que en apenas un mes y tras una, imagino, odiosa rutina, pretende cambiar su vida por
completo…
Una
noche cualquiera nuestro protagonista llega a casa acompañado únicamente de una
difícil decisión. Se sienta en la mesa donde su mujer cena, le coge su mano y ya
presagiando ella lo que su marido pretende decirle, escucha con el corazón
encogido las temidas palabras “Quiero el divorcio”.
Su primera reacción, a pesar del dolor de perder un amor decenario, es susurrar suavemente a su marido “¿por qué?". Una pregunta a la que no halló respuesta.
Su primera reacción, a pesar del dolor de perder un amor decenario, es susurrar suavemente a su marido “¿por qué?". Una pregunta a la que no halló respuesta.
El
hombre tenía las cosas claras. En un acuerdo de divorcio le ofrecía a la que
había sido su compañera de vida hasta el momento, la casa, el coche y un 30%
del negocio que tenían en común. Él ya tenía un nuevo amor, Juana, con la que
pretendía pasar el resto de su vida, ¿para que quería una casa y un coche?
Dejárselo a su ex mujer aliviaría en gran parte el sentimiento de culpabilidad
y la lástima que sentía por ella.
Por
la mañana, antes de ir a trabajar, le entregó el convenio a su ex mujer. Contra
todo pronóstico, ella lo hizo mil pedazos en el instante. "Era un acuerdo bueno,
¡buenísimo!, ¿por qué lo rechazaba?".
Al
llegar a casa tras una jornada de trabajo, la mujer entregó al que sería su ex
marido un nuevo acuerdo en el que simplemente le proponía un mes de preaviso
antes de formalizar el divorcio. Únicamente tendrían que convivir un mes más
como si nada hubiera pasado. La razón era sencilla, el hijo que compartían
tenía exámenes durante todo el mes y el divorcio de sus padres pondría en
peligro sus, hasta ahora, buenas notas.
Tenía
lógica. El padre estaba de acuerdo, pero ella tenía una petición más: debería
cogerla y llevarla a la cama todas las noches como el día que se casaron
durante todo el mes.
Quizás
el divorcio la estaba volviendo loca, ¿qué tontería era esa? Sin embargo, y
tras consultarlo con Juana, el hombre accedió, suponiendo ambos que era una
estrategia para intentar una reconciliación, pero puesto que tanto Juana como
él tenían claro su amor, aceptaría el acuerdo. Al fin y al cabo, en un mes
estarían divorciados.
El
ya roto matrimonio no habían tenido contacto físico alguno desde aquella cena
en la que él pedía la separación, por lo que cuando el hombre cogió a la mujer
el primer día para llevarla al dormitorio, ambos se sintieron mal, raros,
extraños. El hijo de la pareja corría tras ellos aplaudiendo la nueva
“iniciativa” de su padre. Ambos sintieron el dolor de estar fingiendo ante
quien más querían en su vida, pero era necesario para su beneficio. “No le
digas nada, por favor” le susurró ella al oído.
El
segundo día la cosa fue más llevadera. Ella se apoyó en su pecho. Él pudo
sentir el aroma de su perfume. Se dio cuenta que hacía mucho tiempo que no la
miraba detenidamente… ya no era tan joven, tenía arrugas e incluso algunas canas.
Sin duda, el daño que él le estaba haciendo se plasmaba en su físico. Fue la primera vez que se preguntó “¿qué
estoy haciendo?”.
El
quinto día la volvió a coger, como venía siendo ya rutina, sintió que la intimidad
estaba volviendo entre ambos. Esa mujer le había dado 10 años de su vida.
El
mes estaba pasando volando. Eso empezaba a inquietarle ¿por qué no quería que
acabara ese dichoso mes? De esto, claro, no le comentó nada a Juana.
Además,
día tras día el hombre sentía como su mujer pesaba menos al cogerla. Supuso que
se estaba acostumbrando tanto a cogerla que no notaba el peso de su cuerpo.
Una
mañana escuchaba el hombre los quejidos de su mujer al ver ésta, que no tenía
nada que ponerse debido a su pérdida de peso. “La estoy matando. Seguro que se debe a que el mes está acabando”,
pensó horrorizado él cuando un grito de su hijo le sacó de sus pensamientos:
“Vamos papá!! Coge a mamá que ya es hora de dormir”. “También voy a causar mucho dolor a mi hijo… Para él ver a su padre día
tras día llevar a su madre en brazos se había convertido en una parte esencial
de su vida”.
Su
madre le abrazó fuerte y su padre giró la cara ante el temor de que su idea
respecto al divorcio pudiera cambiar. Ahora, llevándola en brazos hasta la cama
sentía lo mismo que su noche de bodas. Ella le acariciaba el cuello de manera
suave y natural. Él la abrazaba fuerte.
Uno
de los últimos días del mes, el hombre tomó una decisión. Subió las escaleras,
Juana le esperaba en la puerta y, sin esperar a entrar en su casa, le dijo “Lo
siento, no voy a divorciarme de mi mujer. La quiero.” Y, a pesar de que los
gritos de Juana se oían en todo el edificio, él se fue.
Compró un ramo de rosas rojas, las favoritas de su mujer, y tomó decidido la dirección hacía su casa para decirle a su mujer lo mucho que la amaba. La rutina había podido con él, la había confundido con el desamor, pero ella había conseguido hacerle ver la realidad. Se sentía eufórico.
Compró un ramo de rosas rojas, las favoritas de su mujer, y tomó decidido la dirección hacía su casa para decirle a su mujer lo mucho que la amaba. La rutina había podido con él, la había confundido con el desamor, pero ella había conseguido hacerle ver la realidad. Se sentía eufórico.
Abrió
la puerta corriendo, con una sonrisa en el rostro. Un sonrisa que se convirtió
en sorpresa, llanto, desazón, tristeza. El mundo se le vino encima… su mujer,
esa a la que tanto quería, estaba tirada en el suelo. Muerta.
En
el rellano de su casa sólo estaban ellos dos. Ella yacía muerta. Él la cogía en
sus brazos desolado. El
ramo de rosas quedó tirado en el suelo. En la tarjeta se podía leer “Quiero
llevarte en brazos a la cama hasta que la muerte nos separe. Te quiero.”
Su
mujer había muerto. Padecía cáncer y él estaba tan ocupado con Juana que ni
siquiera se había dado cuenta. Su mujer era conocedora del poco tiempo de vida
que le quedaba y ésa era la razón de esperar un mes antes de divorciarse. No
quería que a su hijo le quedara el mal recuerdo de que su padre no quería a su
madre.
Había
conseguido, no sólo que el niño viera cuanto quería su padre a su madre, si no
también hacerle ver a él mismo cuánto la amaba...
Aunque
no he reproducido la historia fielmente y la redacción, obviamente no es como
el relato que leí, la esencia de ella es lo que me hizo reflexionar.
Últimamente
he visto cómo matrimonios de muchísimos años se divorciaban y al leer esta
historia me pregunto si realmente se acaba el amor en una pareja o es que no lo
cuidamos cómo deberíamos hacerlo.
Creo
que el amor surge e incluso se puede vivir únicamente de él durante un tiempo pero es
necesario cuidarlo, mimarnos, preocuparnos y sobretodo, hacer feliz por nuestro compañero/a de vida.
Y es aquí donde os lanzo la pregunta… ¿Es la rutina capaz de romper un amor?
Me encantaría leer vuestras opiniones. ;)
P.D.:
Recordad, debemos cuidar lo que tenemos porque nadie sabe lo que tiene hasta
que al final lo pierde.
Totalmente de acuerdo guapa ;) Hay que cuidarlo, mimarlo... siempre. Poquito a poquito cada día.
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